Desde
pequeña su lugar preferido de la casa era la cocina. De manera
natural permanecía quieta con los cambios de pañal en la mesa de
formica. En la adolescencia,
los electrodomésticos la ayudaban más que el café a preparar los
examenes. Cuando bebía uno, pasada la una de la madrugada, el sueño
la vencía una hora más tarde aunque añadiera Coca-cola.
Le gustaba el vibrante sonido del frigorífico, no por su parecido al de los mosquitos, sino porque ese familiar zumbido se daba al principio del verano, justo cuando comenzaban las vacaciones. La lavadora era su favorito. El traqueteo la concentraba. Simulaba un avión calentando motores. Lo mejor era cuando llegaba al programa de centrifugado. Entonces el avión despegaba. Tal vez esa fuera su primera práctica de meditación. Sentada. Quieta. Pies firmes en la horizontal de la Tierra. Espalda recta, muy recta, en vertical ascendente apuntando al Universo Infinito. Como en esa foto, que evidencia sin lugar a dudas que ya apuntaba maneras para la postura de loto. En la cocina, de finales de los 60, fue consciente por primera vez de la frecuencia de ondas alfa y delta en su cerebro mientras miraba con suma atención el hipnótico movimiento del tambor de la lavadora. Más tarde llegarían el Vipassana y el ZaZen. Fue de las primeras raritas en estas prácticas mientras a la mayoría de la gente les sonaba a chino.
Era una mañana de lluvia
invernal. Las gotas tenían más vida que las que corren por las
ventanillas de los aviones. Hacían música de claqué sobre el
dintel metálico del tejado. Recordó la última vez que voló.
Pasara lo que pasara siempre sobre las alas. Había hecho el checking
on line a coste cero después de negar varias pantallas para
previsores que no quieren correr riesgos. Como suele pasar en estos
casos, es más probable que toque en la cola del avión que cerca de
primera clase. Sin embargo, antes de embarcar, la azafata amablemente
le dijo que habían cambiado su billete. Del asiento 34 pasaba al 17.
Simplemente pensaron que sería mejor para ella. Eso dijo. Todavía
se sorprendía y le hacían gracia los giros del destino que ponían
las cosas así de fáciles. Siempre volaba sobre las alas. Sí.
Siempre. No era por casualidad. En estados alterados de consciencia
el águila era uno de sus referentes. Para las situaciones más
corrientes de la vida lo era el ave fénix.
La
consulta tenía un saloncito con cocina abierta. El frigorífico y la
lavadora del siglo XXI venían panelados. Su presencia era
imperceptible a simple vista y, como os podéis imaginar, nunca ponía
la lavadora para atender a las personas en consulta, así que tampoco
hacían ningún ruido. Sin embargo, puede que Natalia, citada en la
mañana para consulta, fuese la
primera en apreciarlo. Este tipo de cosas se le ocurrían minutos
antes de atender y encajaban de maravilla. Son lo que ella llama
inspiraciones creativas. Más sencillas y menos abstractas que los
Koan, que también
utiliza junto con cuentos y metáforas. Así funcionan las
cosas en su mundo. Un cambio de billete de avión le ponía
sobre las alas y en una primera consulta podría llegar a facilitar
una experiencia de práctica meditativa ante una lavadora. ¿Quién
dijo que las situaciones especiales se viven una vez al año, por
Navidad, en el camino de Santiago o en un monasterio japonés como el
que sale en la película Sabiduría garantizada?
No hay por qué esperar. La energía está presente en todas partes.
A 10.000 metros del suelo y en una consulta con cocina en el centro
de una gran ciudad.
Mientras
tanto, Natalia había salido del metro y estaba a un minuto de la
consulta. Había buscado la calle en el GPS sin la palabra de,
siguiendo indicaciones. Sin
embargo, reparó que la antigua placa distintiva de la calle, colgada
en la esquina, incluía la preposición. Aún concentrada en este
detalle estético, venía pensando en la conversación telefónica
que había mantenido con quien sería su psicoterapeuta.
- Tengo un hijo de 10 años
diagnosticado de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con
Hiperactividad) ¿Puedes atenderle? - Le dijo por teléfono
desesperada.
- Verás, miraremos en ti la
forma que en que puedes ayudarle. El mejor trabajo que se puede hacer
por los niños es librarles de etiquetas y que los padres se pongan
manos a la obra con sus temas ¿A quién le pasaba algo parecido a ti
o a su padre?
- Bueno, en realidad, a mí.
Es verdad, de pequeña me distraía casi cualquier cosa.
Todo encajaba perfectamente
como una pieza dentro de un gran puzzle. La lavadora estaba
preparada. La atención y la concentración eran el primer caso de la
mañana.